lunes, 4 de marzo de 2013

Llamados


Su ser, y su misteriosa y apasionante filosofía de vida que me enseñaba discretamente y que yo percibía como materia de cabecera, tenía partes que me eran totalmente impenetrables, y me proporcionaban no sólo el dolor y la duda, sino también un enigma y obstinación, que sabía que tardaría años en curar. Y yo, que me sentía como aquel que necesita terminar una especie de investigación científica vagando en círculos solamente para satisfacer su afición, fui llevando a cabo el estilo de vida que él siempre quiso para nosotros: el de tenerme sin tenerme y el de que yo lo tenga mientras él no estaba, vivíamos de la vivacidad y del magnetismo incomprensibles que él tenía, que atraían toda mi inestabilidad y volatilidad, y que yo en aquel entonces lo comprendía a estos sucesos como llamados hacia mi ser. Sí, como “llamados hacia mi ser”. De esta manera puedo decir que todo lo que nos salió bien, fue por casualidad, o más bien, fueron contingencias. 

Él era tan inocente como yo. Los dos estábamos muy bien instruidos en la vida, y en los momentos en que nos encontrábamos todo eso acababa sirviéndonos para nada. Apenas nos quedábamos al acecho de nuestras manifestaciones físicas, así fuimos encontrando maneras sinceras de comunicarnos sin tener que hacer demasiado esfuerzo. Empezó a llover más fuerte que durante el resto de la madrugada, me invitó a quedarme y, sin demasiado esfuerzo, le dije que sí, con ademanes, él, sin entregarse pero sin dudar una palabra me mostró esa actitud tan posesiva y apasionante hacia mí, ese momento dorado, donde los dos supimos que nos queríamos de una manera igualmente proporcional. 
En ese momento nacieron tres años. Ahora el tiempo cada vez se ponía peor, el ruido que produce la lluvia cuando cae sobre el piso, los rayos imprevistos y el soplar del viento sobre sus persianas nos convenció a permanecer juntos inmóviles intuyendo ligeramente que el mundo fuera a caerse. Perdí la noción de la diferencia entre el segundo y el minuto durante ese momento, apenas recuerdo que me sentí rodeada por su ser leal y cansado, que él estaba al lado mío mirándome con los ojos cerrados, y que él sabía que yo lo contemplaba con el alma y las entrañas despiertas, y que seguía lloviendo.



- Así se nos pasó la vida, esperando el zarpazo de alguien a punto de robarnos el corazón.

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