lunes, 2 de diciembre de 2013

Colinas de Eternidad


"Esa experiencia estética... cuando el poeta concibe la obra, y va descubriendo e inventando la obra, aquí las palabras inventar y descubrir son sinónimas, porque desde la doctrina platónica, inventar es recordar, y luego Francis Bacon agregaría que 'ignorar es haber olvidado'. Es decir, que ya todo está hecho, solo tenemos que verlo."



Luego te vi. Y me sonreí por dentro. Luego te creé en mi memoria, para retenerte más que en esas pocas dos horas.
Y te encontré infinito, -aún espero mi infinitud en correspondencia-

Sí, todo preexiste, está escondido, y preexistiéndonos todo el tiempo, nosotros nos enredamos y nos desenredamos.

Pero yo sí te vi. Y me sonreí por dentro. Y te encontré, yo tenía sueño y vos te presentaste en una enorme colina de eternidad. Y luego tuve el placer, "ese placer que tiene el artista de entenderse con su creación". 






- Creación de encanto, soy una endeble mortal frente a tu sombra infinita.


martes, 19 de noviembre de 2013

Voz

Imagino
el nacimiento de tu piel, el final de tu ropa.
Suena el timbre de tu voz,
Beso al final de tu hombro, en el borde de tu ropa.
Te imagino,
Más, sordamente te deseo.
En febril evocación lleno mi deseo sobre tu ropa,
Líneas blancas, pruebo tu fruta,
Voz de tu boca, viento que marea.

Te imagino
Más, sordamente te deseo.
Burbuja de fuego, bozque de ropa, encanto de calor y naufragio.
Invoco a Calíope y te nombro.





 

sábado, 16 de noviembre de 2013

16 de Noviembre


El 16 noviembre celebrábamos el día de cumpleaños de Gabriel.
Mi pasión, mi eterno vagabundo que luego se reflejó en tantos rostros y sombras, ahora estaba presente y palpitaba, permanecía realmente feliz. Aquella noche en el inolvidable Líbano bebimos de licor de café, hacía tanto calor que bebíamos de él como si bebiéramos de una pócima que nos arrancara no sólo el calor sino también el corazón y la emoción, porque a medida que pasaba la noche se agigantaba la emoción de un presagio dentro de nosotros, la sombra de un desastre que por no considerarnos fatales lo entendimos como un vago y lejano presentimiento. Y al beber de esta pócima nos olvidábamos de nuestros presagios, de nuestros temores, de la gravedad y del tiempo en el Líbano, que esa noche irradiaba gran hermosura.

Júbilo decoró la inocencia. La música aturdió oídos y entrañas. Bailamos como paganos, y entre recuerdos, humos, sonrisas y vida, yo durante ese mismo momento supe que debía escribir una historia sobre nosotros que perdurase el mayor tiempo posible sobre la tierra para mantenernos en un rincón privilegiado del mundo. Contar con los momentos más felices de la propia vida requiere a veces que uno seleccione y considere, de entre un montón de otros momentos, el momento dorado en que nuestra alma se suspendió entre las costas del universo y se plasmó en aliento sublime colmándose en ese instante de mundo, de vida, de muerte, de gracia y plenitud. Y que uno considere el momento más feliz de la vida, también implica que cierto bello recuerdo traiga acompañado cierto dolor, trayendo ciertas ráfagas del mismo júbilo que relata la matriz de la historia, y cuando la melancolía aparece, el corazón de la historia, es decir, su inocencia, cobra vida.

Aquí permanezco a la inocencia de uno de esos días, melancólicos. Aparecen ráfagas de júbilo de la historia matriz: Mi amor, el vagabundo, este 16 de noviembre sigue trayendo su encanto a mi noche, infinita. Sigue bañando de agua mi rostro, y sigue trayendo un mal presagio de algo inevitable y doloroso que sucedió finalmente dentro y fuera de nosotros, y que a pesar de toda la dicha y la felicidad en este mundo, sentimos mostrarse inevitable, la finitud. 
Y ahora, al beber de esta pócima de belleza, de dolor, y de recuerdos, pecamos sobre la inocencia de creer que el dolor es un crimen que se puede olvidar, tales como nuestros presagios, temores, gravedad y  tiempo, sin dejar los rasgos en el rostro que dibujan los sentimientos más profundos con los que tenemos que vivir.
En un día de esos, melancólicos, él continúa circulando por estas historias, porque la sombra del constante y hermoso vagabundo, la fruta que mordí, la grandiosidad que me marea, la inocencia que me inundó de placer, una sensación de amor –ahora mezclada con dolor-  la belleza del vagabundo, que por innombrable y dolorosamente inolvidable me recorre en las venas, ahora dibuja las líneas de mi rostro y me encoge el corazón, cada 16 de noviembre.



 - Eterno vagabundo, escribiste tu nombre en toda la ciudad!


martes, 12 de noviembre de 2013

Descanso

Te recorro
En mi descanso de naturaleza muerta,
Cada detalle de tu brillante figura,
que sube, baja y flota.
Te recorro,
Con un encanto súbito,
En un día inmortal de locura.

Te recorro
Con un latido agónico 
Cada detalle de tu brillante figura,
Que sube, baja y flota.
Amor, mi deleite, fuerza y suspiro.
Te recorro,
cada detalle de tu brillante figura,
Que se envuelve a mi incomprensible y profundo deseo.
 Te recorro,
En mi descanso de naturaleza muerta.
En aquel último día inmortal de locura.




- "Solo debían navegar un momento."


lunes, 28 de octubre de 2013

Porque

Cuando comenzó a amanecer, allí los dos inertes y embotados, dos gritos mudos, ya habíamos olvidado los paseos por la ciudad, la arquitectura dormida, el correr bajo la lluvia, pero no habíamos dejado de pensar en esta historia instante alguno, y cuando finalmente iba a pronunciarle todo aquello que siempre golpeó fuertemente por salir, para acercarme le pedí permiso, acaricié largo rato su cabello, y pensé aquel relato inabarcable, me arrimé con cautela para hablarle porque siempre me sentí incapaz de levantarle la voz. Y cuando estuve tan cerca, casi por pronunciarle todo aquello, justo cuando comenzaba a amanecer, él se sonreía. Yo sonreí también, porque él ignoraba que estaba en el foco de mi tormenta. Y resigné una vez más a romper nuestro silencio. Y él me miraba, y a través de esto él sabía de mi existencia, tan incompleta y con tan poco detalle por no pronunciarle, y al mirarlo mirarme se apoderaban de mi aquellas palabras, pero decidía callarme, porque no habían verbos, porque éramos silencio. Y dentro de mí seguía golpeando un relato por salir. 

Porque él sonreía, y mientras tanto a mí la tristeza me corrompía. Porque era incapaz de pronunciarle, y el relato se iba sepultando lentamente, porque así le cuidaba mientras éramos siendo, y seguíamos siendo silencio frágil e impronunciable, y aún así cada vez lo quería más. Porque su ser era templanza, porque su seguridad era avidez, porque luego de tantas horas componiendo el silencio solo contemplábamos el profundo misterio de la vida misma. Porque la vida era desbordante y de esta manera pesaba, es decir, tenerlo mientras no estaba, porque su coraza  era tan impenetrable que no dejaba siquiera abrir la boca.  Me marché poco menos que corriendo por la calle, porque éramos melancolía, y él sonreía. Porque no hubieron verbos para nombrar. Porque su fragilidad me volvía incapaz siquiera de levantar la voz, y huí, porque éramos levedad y él sonreía, porque yo sentía que me iba sin irme, y elegí no tenerlo, porque de lejos me corrompía poco menos, y no volví jamás, porque lo ignorábamos todo, y nos sentíamos nada, porque fuimos, y hasta la náusea, pero sólo cuando supimos que por imprudencia y por cobardía, por fragilidad y por amor, nunca llegaríamos a robarnos el corazón.


- Nos enredamos en nuestra fragilidad, sin habernos dicho adiós nos hubiéramos roto.


viernes, 11 de octubre de 2013

Eterno

Algún tiempo atrás, cuando vi a Gabriel por primera vez, me sentí golpeada por todo su ser, y entendí que era un regalo para mi, y que debía entenderlo, apreciarlo y absorberlo de alguna manera.
Hoy, él se convirtió en frágiles recuerdos que me despiertan entre sueño y vigilia, una hipnosis de confusión acerca de las horas y los momentos aparecen como señuelos para que recuerde, y me pregunte, y me detenga en los ruidos de las ventanas secas, el calor estancado y el sabor de la humedad. Si habría sabido que ése era el momento más feliz de mi vida habría podido proteger dicha felicidad? 

Entretanto, hoy ya completamente entregada a la melancolía de mi vida, estoy segura que nunca he podido olvidar por completo esos momentos, pasé las tardes esperando que oscurezca, y que a merced de esta clase de obsesión que cuanto más trataba de evadir más fuerza cobraba, creo haber hecho gran esfuerzo por no perderme  allí dentro, este era el momento en que mi alma atormentaba mi mente y ya no existía tal hipnosis, que me embotaba dentro del dulce recuerdo, sino un gran dolor y una pesada noche que se hacía incontrolable, de pronto necesitaba sacar al menos su mirada de mi mente por un momento, y esperar que las canciones que nos habían acompañado despertaran el mundo material que estaba tan dormido como mi cuerpo, para marcharme a andar por ahí.
Esta realidad mantenía un grado elevado de lealtad y profundidad en mi, de la que no podía desprenderme a pesar de mis intentos, pero donde yacía toda fuerza de voluntad que un ser puede poseer, ahora la habitación en la que habitaba no tenía nada que ver con aquella ciudad poética donde vivimos, llena de naturaleza y fragilidad, que a pesar de ello la aceptaba apaciblemente y dejaba que toda la pena me arrastrara a fin de que terminara lo antes posible, de pronto todo ese recuerdo se abrazaba a mi vida y una miseria dolorosa en cuanto a la soledad nombraba su presente ausencia. Cuánta sinceridad cabía dentro de la hipnosis, de ese embotamiento que traía recuerdos, formas y figuras, yo estaba aplastada contra el calor de las almohadas, anochecía, entre sueños me despertaba recordando la solitaria calle de nuestro Libano, el ruido de alguna sirena esparciéndose por el ancho de la calle y algún ladrido de algún perro, mi cuerpo dormía pero mi mente estaba absorta en esos tiempos donde sentíamos que las horas no pasaban en nuestros relojes. Él callaba en el recuerdo, de a momentos me miraba con nostalgia, y yo sentía ganas de llorar, y no nos decíamos nada, qué nos ibamos a decir? Esa hipnosis no permitía ni siquiera abrir la boca.

Me desperté de esa aplastante situación y me conduje al hotel del Libano, no dudé en entrar, de pronto empecé a sentirme tan enferma como lo estuvo Gabriel la última vez que nos vimos frente a frente. Recostada en esa amplia habitación, que mantenía distribuidos sus objetos de la misma forma tanto tiempo despues, pude recordar aún más: entrábamos en la mañana lluviosa, él enfermo y yo disimuladamente rendida ante él había pensado que nadie me habría podido querer tanto como él, seguimos escaleras arriba hacia la habitación y los brazos de Gabriel hervían, en ese momento sentí una profunda pena por él, por su enfermedad, y por todo su ser, nos recostamos en medio de esa habitacion alta y desordenada, y pensé que luego la hipnosis latente, el mareo, la comodidad y el escaneo del ser nos encontrarían dormidos y unidos en esa confusion vital del ser, y las heridas irían sanando, pero  contrariamente fue un momento realmente triste, habíamos permanecido abrazados en la claridad de ese lugar, él respiraba aceleradamente y callaba con sollozos, su boca estaba seca, había armonía entre nosotros y yo me abrazaba a su febril rostro, corazón y brazos, y sufría, sentía como si una herida se estuviese abriendo a lo largo de todo mi cuerpo, él y su enfermedad venían a mí, y yo más lo quería, abrazados en aquel calor, encadenados sentía que su cuerpo era peso muerto, mi alma estaba desesperada por él, me fundí dentro de esa habitación y en la eternidad latente que la vida nos traía, nos olvidamos del mundo, de su enfermedad, nos desligamos de la gravedad, y nos tocamos con fiebre, ese día quise tanto por última vez a Gabriel. 
Afortunadamente nunca pude lograr recordar nuestra despedida, ni cuando regresé hacia casa, ése fue nuestro último encuentro y fue allí, en esa fébril habitación donde terminó nuestra unión, metida dentro de una eterna hipnosis latente que va y viene en el recuerdo, y cuando aparece aún nos figura como ser unido, a través de la fiebre y la pasión, con la promesa de un amor para dos, en la confusión de las horas del día, y bajo la gran sospecha de nuestra despiadada finitud, que nos encontró desprevenidos tres meses después.




                                   
-Si habría sabido que ése era el momento más feliz de mi vida habría podido proteger dicha felicidad?

 

sábado, 3 de agosto de 2013

Inconsciente



Creía que era la vida la que hacía de mí una seguidora leal y estable de sus rastros de eterno vagabundo. Pero el olvido pronto me encomendó a una tarea ardua e incluso más apasionante, olvidar su nombre. 
Esa situación me representaba un problema que no se podía renunciar ni postergar, debía utilizar, con la mayor claridad, toda mi paciencia y concentración posibles y evitando sus costados peligrosos debía alejarme de toda esa comedia contaminante, y me debería de sentir saludable en poco tiempo sin pisar ningún costado angustiante ni doloroso del recuerdo.
Esto conllevaba que por un tiempo aleje sentimientos de mi, imágenes dolorosas iban y volvían y al cabo de un largo y costoso tiempo en que las empecé a manejar responsablemente, empezaban a aparecer solamente en algunos sueños, o en lugares insólitos, lo que es muy propio de nuestros inconscientes, incluso una vez que tuve que tomar el tren por una necesidad no estuvo allí rastro alguno, sin embargo resurgió en la guía telefónica mientras buscaba un viejo contacto: su nombre. 

Lo admitía con honestidad, él era la persona que había desviado mi vida de su camino y debería enderezar este drama para que la vida siga su curso de manera mas natural posible, una vez que los recuerdos se hicieron manejables y el inconsciente perdonado, cada vez volvían con menos intensidad, debía salir a compartir cosas con la civilización, el egoísmo catastrófico al que me llevó esta enfermedad debió de ser un peligro en su tiempo, pero había que dar vuelta la página y tal como los vicios arrancarlos de un tirón. Esa noche había fiesta en el Libano, acepté con solvencia y creí que iba a ser capaz de poder soportarla.
Hacía mucho calor, el viento era escaso y pobre, y en la humedad se divisaba que podría llover en cualquier momento, aún así los rayos del sol hacían brillar cualquier objeto inmutado y contagiaba el humor, la alegría y la energía, era raro, pero estaba disfrutando de todas esas cosas y sin entender por qué, y sin generar esfuerzo alguno pronto me invadieron esas mismas ganas de vivir y respirar el perfume de mañana, de la tarde o de la noche, los días eran completamente diferentes a los anteriores y eso era un agasajo para nosotros, los miserables, que intentábamos cambiar de la noche a la mañana. Me vestí de blanco, bajo ese clima casi tropical me sentía terriblemente bendecida y con una ingenuidad profunda, además del resplandor que venía absorbiendo los días anteriores, eran símbolo de integridad y pureza. Esto debía ser un fenómeno que debe tener ya algún nombre, además del refrán que anuncia al sol después de la tormenta, era una cuestión natural de supervivencia en el ser humano, que luego de la desdicha se obliga a someterse a los estímulos que sean necesarios con los recursos necesarios, para poder salir de ella.
Llegué a la fiesta, Elias y Raquel prendían las luces fuera de la gran casa del Libano y sorprendidos salieron contentos en mi búsqueda. La felicidad y el movimiento inocente y contento de su cabeza me dieron la bienvenida. Entramos a La gran casa del Libano, ésta tenía una sola ventana, de día entraba tan poca luz que no se podía advertir si era de día o de noche, y acostumbrados a esta condición que lo maravillaba todo, la vida ahí adentro  se convertía en estaticidad y era casi atemporal, eso corroía con templanza nuestros momentos más viscerales y mundanos, los objetos eran los mismos de tantos años atrás, las latas de adorno sobre la repisa tenían quince años, los manteles de las mesas eran del casamiento de Raquel, con su cantidad de sillas para su cantidad de usuales visitantes, los souvenires sobre los estantes de fiestas a las que Raquel había concurrido veinte años atrás, los cuadros postrados en la pared eran de la época de Gino, su padre, la pintura sintética con la que habían pintado la casa en los años sesenta y aún se mantenía impecable, y bajo las escaleras frente a la puerta de llegada el dibujo que yo había preparado y regalado a ellos con semejante significación, siete años atrás cuando me fui del pueblo: una muchacha llorando. Todo eso me decía de una manera tan linda, lo corta que era la vida, que me tranquilizaba, y de pronto ésto era el escenario visual que habría de prometernos una hermosa noche de fiesta.
Entrada la noche, luego del brindis eligieron la música de siempre: sinestésicamente era canela y de color angustiante. Lo sentí en los ojos y en el alma, traté de no comportarme de manera sensible esta vez, estaban tocando fibras delicadas dentro de mí. Intenté buscar una ventana donde salir a respirar el aire cálido de ese clima veraniego, habían mucha estrellas esa noche, demasiadas, y  mirando la balaustrada y el camino hacia los barrios mas pobres del Líbano, se perdían sonidos de una civilización que estaba tan despierta como nosotros, no había razón para estar triste hoy, eso era grandioso, mi vestido era aún blanco y el vino estaba delicioso, la música alimentaba nuestro baile inocente, mi mirada recordaba muy lejanamente al vagabundo y mi conciencia estaba tranquila porque era verano en mi alma, y mi apariencia brillaba, como brillan las cosas cuando se están quemando hasta la fibra más profunda. La inocencia, se abrió paso, escapó por encima de todos nuestros objetos, que tanto nos duelen, y resignó con dolor y franqueza: volvió la inocencia, la naturaleza y toda su integridad.




- Tratar de enterrar a alguien en el inconsciente y olvidarlo, es querer recordarlo para siempre trayéndolo a la memoria.
 

viernes, 19 de julio de 2013

Fragile


Los inviernos siempre nos encontraron bajo las mismas condiciones de vulnerabilidad.
Aún no terminan de resonarme en los oídos como nos inmutaba y alienaba la compañía de la música muy a lo lejos apenas entrada la madrugada. La emoción empezó, como un ritual que tiene su hora exacta, y arrancó con violencia, plenitud era el aire que respirábamos y mientras jugabamos a no demostrarnos influencia alguna me empezó a contagiar con velocidad azarosa la parsimonia con la que él se movía, siguiendo mis ritmos, y enredados en ese fragmento de historia, éramos como dos pequeños que estaban a millones de años luz de poder entender ese momento, intuímos que debíamos limitarnos a movernos a merced del momento al cual nos entregábamos, y excusándonos de la responsabilidad compartida, contemplábamos el aire hecho materia, y con el peso de éste último, el acercamiento de nuestros rostros callados y el movimiento de los brazos. Con la integridad que nos quedaba jugabamos a vernos la cara con los ojos cerrados y a preferir la profundidad de la materia, que transpasaba centímetros de piel
en el silencio y la suavidad que emitía nuestro ser callado. Reposado en la penumbra del descanso, se tumbó encima de mis espaldas, y el peso muerto de su cuerpo apenas se percibía desde mi ser inmutado, permanecimos así, hundidos en el colchón que era nuestro lecho por muy largo rato, bajo la sensación del tiempo como un regalo, era derroche de eternidad, la vaguedad del mismísimo momento, que terminaba de ser, cada vez que a lo lejos venían los acordes nuevamente de esa música lenta y floja, y otra vez estábamos más lejos de realizar algún movimiento que alejara nuestros cuerpos de esa inmutabilidad eterna. Antagónicamente era un momento realmente triste, la fragilidad de mi ser no podía contener por mucho más tiempo su ser sobre mí, y una dulzura inagotable inundó mi ser cuando recordé que en verdad ambos estábamos muy bien instruídos en la vida, que él era tan inocente como yo, y que era nuestra mutua sensibilidad la que siempre hizo posibles este tipo de encuentros, me hizo sentir una nostalgia que hizo ensanchar todo mi pecho y me empezó a corroer de manera instantánea al punto que él lo notó, y meditabundo posó a mi lado. Para esconder mi vanidad y vulnerabilidad enterré mi rostro en su hombro, mi perfil, mi nariz y mi boca permanecieron adheridas a su piel largo rato hasta que mi emoción terminó.

Educar mis modos durante estos encuentros vulnerables de invierno era educar mi desprolijo nido de emociones, comportarme con toda la naturalidad que había aprendido era igual de improbable que esconder tanta correspondencia mutua. Ese día, y como cualquier invierno que nos encontraba vulnerables, compartímos escenario para nadie, y lo sentíamos como si fuera compartido por última vez, la sombra de la finitud siempre estuvo de telón detrás de nuestra obra, lo que significó un gran desafío de enfrentar, una vez más, a nuestros fantasmas que conociamos muy bien y no dominábamos en absoluto. Cómo entender sino, esos súbitos silencios nuestros, ese llamado sobreentendido a que no pasaramos ciertas zonas, y así de pronto mi decaimiento o su tristeza, y de pronto nuestra exaltación porque luego reconocíamos que aunque callamos muchas veces ante las preguntas que silenciamos frente a frente en el momento de despedirnos, también decidimos mantener una zona de común secreto, y eso nos hacía especiales. Lamentablemente nunca concretamos un verdadero y perdurable adiós en el tiempo, lo que fue peor, porque vivíamos de posibles amenazas y fantasmas y nos significó una verdadera pena, porque la tensión de un posible adiós y la sombra de esa finitud siempre fue más angustiante, y la fantasía era aún más dolorosa y la condena, aún más desproporcionada. Hoy considero que tendríamos que habernos dicho adiós mucho tiempo atrás, cuando estábamos preparados para ello, cuando nos inundaba la ingenuidad y la ceguera y no sabíamos lo que era la empresa de sentir la existencia.
 




- Sin embargo olvida nuestro fatalismo, quiero abrirte el corazón.