lunes, 23 de junio de 2014

Mármol



Ahi estaba él, pacientemente hermoso, distraídamente hermoso, desconociendo que portaba tal característica. De eso se trataba todo su ser, de la inocencia que portaba su belleza. De la ingenuidad atormentadora -de verdad- que él provocaba. 
Nuevamente, en medio de ese juego de verlo expresarse, a mí el infierno me gritaba su concejo: Él era y yo ardía.
Cambiamos de imágenes mutuamente, muchas veces, y en ese tiempo, colorido tiempo, también fuimos parte de un arte convocado que nos aspiró. 
Nuestra relación tuvo siempre la premisa de actulizarse. Es decir, nosotros nunca nos tuvimos. Nosotros nos imaginábamos. Y en este imaginarnos diariamente en el recuerdo nos permitíamos actualizarnos por cada vez que circunstancialmente nos veíamos.
Pero después, las noches fugaces con alcohol me esperaron en ese soltero verano tras nuestra separación, y desde luego que fue difícil ordenar a los pensamientos cuando el sistema límbico entra en su salsa, habría sido un logro coordinar, pero él permació siempre bajo ese traje tan pacientemente hermoso que tan bien le quedaba, y que en verdad a mi tanto me placía. Pero pronto eso no fue suficiente.

Seré breve: Las cataratas de la noche se rompían, la mente brillaba por el infierno consumador que la poseía. Mi ser dependía de la noche, durante el día era sombra. Él y su ingenua forma de ser, me poseían por entero, y yo soñaba con sus párpados amarillos, una vez me miraron y yo me inmuté. Yo soñaba con los labios de mármol que tienen las cosas inertes, sin vida, ajenas a todo ser sobre la tierra. Yo soñaba dentro de aquel infierno de verano caliente con aquel cuerpo de mármol inmutado y tan inerte sobre mí, delante de mí, detrás de mí, el único cuerpo que había logrado conocer en profundidad, y en alturas mientras jugabamos a que éramos de mármol, y que pertenecíamos a vidas inertes fuera de la vida. Yo repasaba las tardes hasta que fueran de noche pensando en el chico de mármol, quieto y distraídamente hermoso, y lo actualizaba, una y otra vez, al recuerdo para que no se empañase por si nos fueramos a ver al día siguiente.
Su piel casi dorada pero pálida en la oscuridad había alumbrado nuestros jóvenes cuerpos en penumbras y ahora eso en el recuerdo también se transformó en mármol.