Creo que hay una razón del porqué duermo tanto. He tenido tantos, pero tantos sueños, sobre todo en mi adolescencia.
La única constante en mí: mi vida onírica, mis sueños, el estado de ánimo en
ellos es siempre el mismo: busco algo, o me escapo de algo. Sigo cierto "objetivo" que se va descubriendo sólo a medida
que las imágenes solas se van proyectando conmigo dentro, y lo curioso de todo
esto, es que mi rostro permanece impávido, inocente y aún a pesar de los años,
nunca se transforma.
Esa adicción que tanto me mantiene alerta, eso de tanto soñar y perderme en esas historias tan
insólitamante construidas, es lo que de una forma muy extraña, funciona como
túnel, hacia todas las demás cosas que no puedo explicar, y que me causan mucho
dolor.
Hoy pude ver un "tunel" entre un sueño y aquel importantísimo
recuerdo de la niñez:
Estaba en el garaje de la casa del abuelo, ese espacio que
desde los '60 no lo habían reconstruido, ni pintado ni cambiado. Siempre
incluso en verano era muy húmedo, prácticamente frío, de siesta aún más -como
si sugiriera ciertos peligros atractivos para los niños- por sobre todo ese garaje
era misterioso.
Se percibía en el centro enorme y abandonado, un auto Falcón
verde modelo setenta y tantos del abuelo, que en mi poquísima intuición
infantil de aquellos tiempos me ayudaba a percibir al abuelo como un hombre ya
retirado, que usaba boina blanca siempre, y que nunca pero nunca se reía, que
fumaba mucho y que la casa, enorme y fría nunca se distinguía del olor a
espiral o al tabaco. La idea del garaje y todos los símbolos que escondía, y
que esconde, es algo que me produce mucho dolor, demasiada angustia. Desde el ángulo de donde lo percibo en mi imaginación, da
justo con una puerta muy angosta, pintada de gris, de una madera muy precaria
sin cerradura, la última puerta de la casa y que daba al patio y al garaje: la puerta de la habitación de la Olga.
Esa es la parte que más angustia me genera, más misterio
encierra y que más clara la tengo en la memoria. No recuerdo cuántos años habría tenido yo cuando vi eso, o
si incluso fue percibido ya en un estado de ánimo angustiante por otros
motivos. Pero ese garaje frío y oscuro es como una matriz a mi plataforma
interna, o el túnel que trata de viabilizar a los demás actos de mi vida tratando de darle un
sentido.
Aquél gris portal rodeado por todo esa tumba enorme
congelada entumeciendo a una niña, ese mundo radical de los Lòpez, las
generaciones de los suicidas, la madre muerta con sus seis hijos a los 33 años, la edad de Jesús, el abuelo llorando a los gritos en la lluvia, tanta tristeza
amasada por años en ese enorme caserón donde nadie se animaba a decir nada durante
años por miedo a que el abuelo conservador y violento le agrediera. Por
momentos creo que el abuelo llegó a reprimir no sólo a sus hijos sino a los
hijos de sus hijos, y el adormecimiento se iba heredando.
Mamá resultó ser de grande una mujer muy distante, muy
carismática e inteligente para conseguir sus propósitos, pero con un esquema
gemelar al de su propia familia: siempre se esclavizó trabajando para no
faltar, y por ese esclavizarse nos echaba la culpa de lo sangrado de sus manos
de lavar tanta ropa. Mamá sólo hacia tres cosas: trabajaba todo el día en el
campo enseñando niños, limpiaba la casa escuchando música tristísima, y se
sentaba en su cama a sacar objetos, fotos, alhajas, recuerdos, tarjetas,
regalos y pertenencias de sus parientes, todos muertos, y lloraba... lloraba.
Nuevamente se me aparece el garaje, la puerta de la Olga, a
medio abrir. Una oscuridad respirando y suspirando un "algo" desde
adentro. Siempre supimos que ese lugar era prohibido, que allí la Tía Olga
escribía su libro en la máquina de escribir que era del abuelo, y que antes de
vender la casa, lo último que habían encontrado eran muchas colillas de
cigarrillo y el libro de ella impreso,
con las hojas desordenadas y desparramadas por el suelo que me costó mucho
reorganizar.
Yo a ella la recuerdo, era la rebelde de la familia, su
segundo nombre bien podía ser Rebelde. También era de géminis. Era muy hermosa, usaba lentes redondos
grandes para la época, era sumamente inteligente, no tenía complejos con ella
misma, se decía ser libre, era luchadora y emprendedora, al extremo solitaria,
con un poder de decisión y de convicción y facilidad de palabra que ya no volví a ver en nadie tan
joven, y un sentido original, inédito y muy resuelto de ser: pero adentro, bien
adentro de los ojos de Olga, se veía toda la tristeza que cabía en el mundo,
nunca vi una mujer tan triste y profunda. Sus huellas, sus estelas de ser, sus símbolos dejaron
grabados señales que anclan mis sueños aún quince años después de su suicidio, también a los 33 años:
Su garaje, su maquina de escribir, su padre inmutado, su familia muerta,
su casa inhóspita, su silencio ensordecedor, algo metálico, frío y solitario que
te entraba por la boca y te drogaba y te ensordecía y te dormía.
Recuerdo que había pasado el dedo por el costado del auto, y
la línea dibujó un rastro de polvo que me daba la pauta del tiempo y de que todo lo
que permanecía allí no era visto ni considerado por nadie, Nunca encontrada. No reconocida, nunca exigiendo nada, no tenía luz, miré
por dentro del auto y estaba intacto, el cuero de los asientos lo asentaban aún
más, la palanca de cambio junto al volante desafiaba la gravedad desde hacía
miles de años, impávida, quieta, muerta, o dormida.