jueves, 27 de junio de 2013

Eterno Vagabundo



 Siempre esquivando el destino, el calendario y las horas de nuestros relojes, nos encontrabamos felices, y me vi armando capítulos de un libro recóndito, mágico. Él era un personaje completamente magnético, yo completamente volátil. De lejos escuché sus pasos acercarse a la puerta de mi habitación, su felicidad y el movimiento contento de su cabeza, su cabello a la par del viento que movía las cortinas de mi habitación esa mañana, mientras él abría mi puerta con sus elegantes brazos pasó en silencio a acariciarme el rostro y mientras yo lo contemplaba caímos juntos en un sueño. En ese momento nacieron seis años. Lo que cabía en esta historia no tenía nada que ver con lo terrenal, y los dos lo sabíamos, por eso nunca nos preguntamos por nuestra suerte, o nuestra fatalidad, y paseábamos en el escenario familiar de nuestras calles con la admiración secreta que muy en el fondo nos teníamos, y nos conducíamos a esperar los amaneceres en el muelle de la ribera, como si la espontaneidad y la inocencia de toda esa naturaleza que estábamos a punto de presenciar podía hablar de nuestros sentimientos mejor que nosotros. Porque durante seis años esta ciudad habló por nosotros.
Luego y como siempre, el escenario visual de la ciudad caía sobre nosotros, y otra vez nos mirabamos con detalles desde adentro, escuchando la humedad, el sonido de las paredes de los edificios a lo lejos, que hacían ecos en nuestro alejado pensar, y a través de este silencio ibamos conociendo nuestros detalles más intrínsecos, él siempre hermoso, sensato y prolijo sostenía con ingenuidad ese juego, la empresa de sentir la existencia, mientras yo  intentaba esconder los desesperados latidos de mi corazón y como siempre, me abrazaba cuidadosamente al cuello de su camisa, porque desde esta distancia podía percibir sus grandes ojos cada vez que pestaneaba, su belleza que lastimaba, y así como siempre, nos sentíamos con la piel escaneando cada forma del ser, y desde ese lugar y con esas formas, en tal entumecimiento prometimos tenernos aún en la distancia: De pronto nos inundó un vacío, un silencio y una soledad terribles, hubo inocencia y frío en nuestros ojos, y esta realidad y sus arrebatos nos despertó vivos y hechos materia, nos encontramos en las miradas, queriéndonos reales, y así recordé que cuando ví por primera vez a Gabriel me sentí golpeada por todo su ser y entendí que era un regalo para mí, y por ello yo debía materializar esta historia en algún lugar para siempre, con su magnetismo, con mi volatilidad, atraparlo y canonizarlo arriba del papel.

Y ahora... Cómo se hace para empezar? Te busqué varias veces, una de ellas quise decirte que no pude sacar un rastro siquiera, de esencia igual a la tuya, no concebí modo alguno de compararte con nada, incluso a la par de seguir viendo y visitando tus parecidos y fantasmas. A lo largo y lo ancho de toda una ciudad familiar impregnada de una disconformidad terribles, y tu abandono mágico, de no ser por tu rostro y tu nombre dibujado en ella, ya habría de haberla abandonado hace tiempo atrás, porque nuna hizo falta ir más allá, en cada vereda que recorro veo tu nombre: Eterno vagabundo, escribiste tu nombre en toda la ciudad!

Me gustaría ser como la lluvia que arrastra sin preguntar primero, tenerte en mis brazos y que nos llegue la noche, recordar nuestra historia tal como lo fue, acudir al recuerdo sin desproporciones, invocarte y desplegarte en el papel, sin embargo me inmuto al saber que estás ahí, abrazándome al corazón, pestañeándo frente al amanecer escaneándo cada forma de nuestro ser, encontrándonos en sentimientos y canciones, enterrado en la miseria de mi profundidad que te sigue buscando, y en mis imágenes mentales ésto golpea mi corazón cada vez que lo recuerdo, porque allá muy a lo lejos seguimos estando nosotros, como un peso muerto en la gloria de la vida, como un renacer en la cúspide de la nada, y sigue existiendo un nosotros sellado por la magia de la atracción, y nos seguimos mirando en las fotos, incluso a través de tu muerte. 

Nuestra historia fue eterna en minutos, así lo prometimos sin decir palabra alguna. La pasión que nos teníamos era algo indestructible, y hoy se convirtió en un sentimiento tan frágil, desde el momento en que sentí en lo más hondo de mi alma que había llegado el final de esa historia que estábamos viviendo, y había llegado el momento de tu partida de este hermoso mundo, un instante trágico en el que dejamos escapar toda la dicha y la felicidad de nuestras manos: A la altura del kilómetro 1.321 de la ruta nacional 12, por causas que se desconocen, y se tratan de determinar, el conductor perdió el control del rodado, despistó y volcó terminando el recorrido en la banquina en sentido Corrientes-Misiones y con las cuatro ruedas mirando al cielo. Los grandes ojos de Gabriel se cerraron para siempre un 1 de febrero de 2011.




- En memoria de aquél que me ha besado y se ha ido demasiado pronto.

 

sábado, 15 de junio de 2013

Arma


Recuerdo que traté de esconderme al mirarlo, como si de esta manera tanto sus gestos como su rostro no quebraran la vanidad que yo traía puesta  esa noche. Nos entendíamos muy bien en estas circunstancias, de vernos a lo lejos, y en medio de esa situación estaba claro que uno pensaba en el otro, y viceversa. Yo aguanté los suspiros y hasta me sonrojé y de pronto esperé que él hiciera lo mismo, sin embargo me dí cuenta que no era un ser que se humillara.

Su ser, y su misteriosa y apasionante filosofía de vida que me enseñaba discretamente y que yo percibía como materia de cabecera, tenía partes que me eran totalmente impenetrables, y me proporcionaban no sólo el dolor y la incógnita, sino también un profundo enigma y obstinación, que sabía que tardaría años en curar, al punto que una porción de mí se influyó perdidamente de ese estado que él me proporcionaba, que de hecho me generaba de manera deliberada la casa, y el sentimiento que me brindaba el barrio, y todo lo que a la larga fuimos depositando allí, adentro, coleccionando objetos ajenos en un barrio ajeno, eran nuestros los carteles en las calles, adornos en las veredas, etiquetas en los negocios, faroles en la avenida. A todas estas cosas que compartiamos, que eran nuestra artillería, yo nunca respondía con mi mente sino sólo con mi cuerpo, y me sentía presa de mis propios esfuerzos por detener mis entrañas cuando alguna de estas cosas se agitaban en el exterior y yo no las podía controlar, las evadía escapándome mentalmente, huyendo de sus gestos, y fijaba mi vista en algún objeto en particular, el suelo y lo alto de algún edificio, pero a la larga todas estas alternativas y objetos terminaron surgiendo el mismo efecto embriagador pues aquella ciudad tiempo después, quizás por la repetición irreparable de esos estímulos, me transmitía naturalmente la sensación embriagadora.


Sin embargo yo sabía que nada de eso tenia que ver con la realidad de la vida, nada de eso podía ser tan cierto, incluso ahora sabiendo que él fue la persona que desvió mi vida de su camino, sospecho que nuestros encuentros siempre estuvieron colmados de una casualidad abominable, de una presencia absurda, de una suerte de azar fatal, y de ser porque sí, de la ingenuidad siendo en sí misma. 


Hasta ese momento no había conocido nada más espiritual que el sentimiento doloroso y oceánico de contemplar por largos minutos la ausencia de esos objetos que ya tanto nos duelen, sobre mí, sobre todo mi cuerpo y sobre todo mi alma. Y ahora bajo ese incontrolable estado que es viviente en mí me detuve al descanso de su cama, enorme y opulenta, y miré por largo rato todas sus lociones, camisas dobladas y el aparador con fotografías suyas, e imaginaba que me iría de allí en ese mismo instante, llevando ese sentimiento oceánico, como aquél que lleva un arma, y la puede usar en cualquier momento.





-  Él era el único que sabía esperarme, por valor o por concentración.


miércoles, 12 de junio de 2013

Germen


Abrí los ojos y no habían lanzas ni balas,
Un pétalo lanzado al aire...
Todavía flota hamacando su futuro, una ilusión.
Reposa en el vacío, prófugo del tiempo.

Solitario e inquieto invita a recordarte,
Con tu indómita luz, con tu baile inocente,
Y en cada giro, el terso rostro de tu lienzo
Posa en los vaivenes de mi brisa melancólica.

Y mis dedos desean darle un trazo
Pero mis ojos temen el fin de tu vuelo.
¡Oh, criatura desorbitada por la gracia del amor!
Emerges en rincones de naturaleza,
Permaneces en símbolos paganos,
y despiertas mi más íntima y frágil existencia.
Y la tuya también.






viernes, 7 de junio de 2013

El Gesto Brutal del Pintor - Milan Kundera



"Era en 1972. Había quedado con una joven en un suburbio de Praga, en un apartamento que nos habían prestado. Dos días antes, durante todo un día, la habían interrogado sobre mí. De modo que ella quería verme a escondidas (temía que la siguieran en todo momento), para decirme qué preguntas le habían hecho y lo que ella había respondido. Si por casualidad me interrogaban, mis respuestas debían ser idénticas a las suyas. Era todavía una jovencita que apenas sabía del mundo. El interrogatorio la había trastornado y el miedo, desde hacía tres días, le removía sin cesar las entrañas. Estaba muy pálida y salía constantemente, durante nuestra conversación, para ir al baño — hasta el punto de que el ruido del agua que llenaba la cisterna fue acompañando nuestro encuentro.

La conocía desde hacía tiempo. Era inteligente, aguda, sabía perfectamente controlar sus emociones e iba siempre tan impecablemente vestida que su traje, al igual que su comportamiento, no permitía entrever la mínima parcela de desnudez. Pero, de pronto, el miedo, como un gran cuchillo, lo había rasgado. Estaba allí ante mí, abierta, como el tronco escindido de una ternera, colgado de un gancho de carnicería.
El ruido del agua llenando la cisterna en el baño prácticamente no paraba y yo, de repente, tuve ganas de violarla. Sé lo que digo: de violarla, no de hacer el amor con ella. No quería su ternura. Quería ponerle brutalmente la mano en la cara y, en un solo instante, tomarla entera, con todas sus contradicciones tan intolerablemente excitantes: con su traje impecable y con sus entrañas en rebelión, con su sensatez y con su miedo, con su orgullo y con su desdicha. Tenía la impresión de que todas estas contradicciones encerraban su esencia: ese tesoro, esa pepita de oro, ese diamante oculto en las profundidades. Quería poseerla, en un solo segundo, tanto con su mierda como con su alma inefable.

Pero veía aquellos ojos que me miraban fijamente, llenos de angustia (dos ojos angustiados en un rostro sensato) y cuanto más angustiados se ponían aquellos ojos, más absurdo, estúpido, escandaloso, incomprensible e imposible de realizar se volvía mi deseo.


No por desplazado e injustificable aquel deseo era menos real. No sabría renegar de él —y cuando miro los retratos–trípticos de Francis Bacon, es como si me aco dara de aquello. La mirada del pintor se posa sobre el rostro como una mano brutal, intentando apoderarse de su esencia, de ese diamante oculto en las profundidades. Es cierto que no estamos seguros de que las profundidades encierren realmente algo — pero, como quiera que sea, en cada uno de nosotros está ese gesto brutal, ese movimiento de la mano que arruga el rostro del otro, con la esperanza de encontrar, en él o detrás de él, algo que se ha escondido allí."

 
 - Todo eso me hacía revolver el estómago, todo era tan celestial y yo lo sabía en ese momento, pasé recordándole todo el día, aquel día, y ahora lo convertí a ese momento lo suficientemente magnante y poderoso como para poder dejarlo ir. Él siempre fue demasiado sublime y lejano como para poder apoderarme de él, siempre nuestro amor fue algo intocable, intangible, incorpóreo, como para poder describirlo, como para lograr sustituirlo.