sábado, 3 de agosto de 2013

Inconsciente



Creía que era la vida la que hacía de mí una seguidora leal y estable de sus rastros de eterno vagabundo. Pero el olvido pronto me encomendó a una tarea ardua e incluso más apasionante, olvidar su nombre. 
Esa situación me representaba un problema que no se podía renunciar ni postergar, debía utilizar, con la mayor claridad, toda mi paciencia y concentración posibles y evitando sus costados peligrosos debía alejarme de toda esa comedia contaminante, y me debería de sentir saludable en poco tiempo sin pisar ningún costado angustiante ni doloroso del recuerdo.
Esto conllevaba que por un tiempo aleje sentimientos de mi, imágenes dolorosas iban y volvían y al cabo de un largo y costoso tiempo en que las empecé a manejar responsablemente, empezaban a aparecer solamente en algunos sueños, o en lugares insólitos, lo que es muy propio de nuestros inconscientes, incluso una vez que tuve que tomar el tren por una necesidad no estuvo allí rastro alguno, sin embargo resurgió en la guía telefónica mientras buscaba un viejo contacto: su nombre. 

Lo admitía con honestidad, él era la persona que había desviado mi vida de su camino y debería enderezar este drama para que la vida siga su curso de manera mas natural posible, una vez que los recuerdos se hicieron manejables y el inconsciente perdonado, cada vez volvían con menos intensidad, debía salir a compartir cosas con la civilización, el egoísmo catastrófico al que me llevó esta enfermedad debió de ser un peligro en su tiempo, pero había que dar vuelta la página y tal como los vicios arrancarlos de un tirón. Esa noche había fiesta en el Libano, acepté con solvencia y creí que iba a ser capaz de poder soportarla.
Hacía mucho calor, el viento era escaso y pobre, y en la humedad se divisaba que podría llover en cualquier momento, aún así los rayos del sol hacían brillar cualquier objeto inmutado y contagiaba el humor, la alegría y la energía, era raro, pero estaba disfrutando de todas esas cosas y sin entender por qué, y sin generar esfuerzo alguno pronto me invadieron esas mismas ganas de vivir y respirar el perfume de mañana, de la tarde o de la noche, los días eran completamente diferentes a los anteriores y eso era un agasajo para nosotros, los miserables, que intentábamos cambiar de la noche a la mañana. Me vestí de blanco, bajo ese clima casi tropical me sentía terriblemente bendecida y con una ingenuidad profunda, además del resplandor que venía absorbiendo los días anteriores, eran símbolo de integridad y pureza. Esto debía ser un fenómeno que debe tener ya algún nombre, además del refrán que anuncia al sol después de la tormenta, era una cuestión natural de supervivencia en el ser humano, que luego de la desdicha se obliga a someterse a los estímulos que sean necesarios con los recursos necesarios, para poder salir de ella.
Llegué a la fiesta, Elias y Raquel prendían las luces fuera de la gran casa del Libano y sorprendidos salieron contentos en mi búsqueda. La felicidad y el movimiento inocente y contento de su cabeza me dieron la bienvenida. Entramos a La gran casa del Libano, ésta tenía una sola ventana, de día entraba tan poca luz que no se podía advertir si era de día o de noche, y acostumbrados a esta condición que lo maravillaba todo, la vida ahí adentro  se convertía en estaticidad y era casi atemporal, eso corroía con templanza nuestros momentos más viscerales y mundanos, los objetos eran los mismos de tantos años atrás, las latas de adorno sobre la repisa tenían quince años, los manteles de las mesas eran del casamiento de Raquel, con su cantidad de sillas para su cantidad de usuales visitantes, los souvenires sobre los estantes de fiestas a las que Raquel había concurrido veinte años atrás, los cuadros postrados en la pared eran de la época de Gino, su padre, la pintura sintética con la que habían pintado la casa en los años sesenta y aún se mantenía impecable, y bajo las escaleras frente a la puerta de llegada el dibujo que yo había preparado y regalado a ellos con semejante significación, siete años atrás cuando me fui del pueblo: una muchacha llorando. Todo eso me decía de una manera tan linda, lo corta que era la vida, que me tranquilizaba, y de pronto ésto era el escenario visual que habría de prometernos una hermosa noche de fiesta.
Entrada la noche, luego del brindis eligieron la música de siempre: sinestésicamente era canela y de color angustiante. Lo sentí en los ojos y en el alma, traté de no comportarme de manera sensible esta vez, estaban tocando fibras delicadas dentro de mí. Intenté buscar una ventana donde salir a respirar el aire cálido de ese clima veraniego, habían mucha estrellas esa noche, demasiadas, y  mirando la balaustrada y el camino hacia los barrios mas pobres del Líbano, se perdían sonidos de una civilización que estaba tan despierta como nosotros, no había razón para estar triste hoy, eso era grandioso, mi vestido era aún blanco y el vino estaba delicioso, la música alimentaba nuestro baile inocente, mi mirada recordaba muy lejanamente al vagabundo y mi conciencia estaba tranquila porque era verano en mi alma, y mi apariencia brillaba, como brillan las cosas cuando se están quemando hasta la fibra más profunda. La inocencia, se abrió paso, escapó por encima de todos nuestros objetos, que tanto nos duelen, y resignó con dolor y franqueza: volvió la inocencia, la naturaleza y toda su integridad.




- Tratar de enterrar a alguien en el inconsciente y olvidarlo, es querer recordarlo para siempre trayéndolo a la memoria.