lunes, 8 de diciembre de 2014

Orbito


A esta altura de la vida prefiero la verticalidad de los hechos a la llanura, que se resume en esta tarde. Que se proyecta en este amor, que aunque no tenga futuro me enciende. Fuimos parte de un fenómeno y el mismo tiempo que mantuvo confusos a otros hombres de la historia, nos mantiene en vigilia. Hoy sabemos cuántos días. 
Hoy lo respiro, lo disfruto. Quizás por esa vigilia, por él las horas poseen cierta levedad taciturna que abriga, un vapuleo sonoro de aguas inconscientes, una ligera marisma de tonos azules cada vez que una aparece una brisa de estopa me lo recuerda. Conozco su nombre, su rostro, su brazo, su materia infinita alborotando mi eterno. Mi eterno. Y para retener la sonrisa del ser taciturno, tengo que recurrir a la mirada periférica, es decir, según la mano fría de la ciencia, aquella que entiende de sombras y de contrastes, de la astuta perfección que se genera en esa figura casi caleidoscópica en mi evocar. 
Con él, embrujados por una necesidad nos enviamos cartas, bajo la búsqueda de extrañas cosas que tiempo después encontraríamos: mi zozobra en el corazón, el fuego de las manos de él, nuestra congelada memoria, yo dichosa y adivinada y besada de frente al rostro del único. Lo nombro hoy una y otra vez en imágenes, y orbito en sus goznes. Hoy sabemos cuantos días. 





-Hoy Apolo toma el vino de su Dionisio y se vuelve a embriagar.