Gimo de frustración, y suspiro, cuando
a él lo recuerdo de esa manera, en la antesala de ese día. Eterno. El grito del
silencio zozobró en un latido agónico adentro de nuestras venas, y desapareció.
Él, impecable. Yo, como si me estuviera ahogando en su desesperación, y en la mía, intentaba escanear cada rincón suyo, en desalojo, reitero, con desesperación como si supiera que fuera la última vez.
Ahora, yo recuerdo aquel preludio febril y sensato y la prolijidad de sus mareas, la oleada azul que se me hinchó sobe el pecho, la antesala laboriosa y delicada de su desatarme, la cuidadosa forma comparable con el río en calma, pero para soportar todo esto me acuesto, y me abandono al recuerdo, como si estuviera enferma, o como si estuviera vencida por él, y cuánto más crece aquel mismo silencio y aquella misma fragilidad, más imprudente y frágil se vuelve mi torpe deseo.
Él, impecable. Yo, como si me estuviera ahogando en su desesperación, y en la mía, intentaba escanear cada rincón suyo, en desalojo, reitero, con desesperación como si supiera que fuera la última vez.
Ahora, yo recuerdo aquel preludio febril y sensato y la prolijidad de sus mareas, la oleada azul que se me hinchó sobe el pecho, la antesala laboriosa y delicada de su desatarme, la cuidadosa forma comparable con el río en calma, pero para soportar todo esto me acuesto, y me abandono al recuerdo, como si estuviera enferma, o como si estuviera vencida por él, y cuánto más crece aquel mismo silencio y aquella misma fragilidad, más imprudente y frágil se vuelve mi torpe deseo.
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