miércoles, 27 de febrero de 2013

El cielo está en llamas



Y esas estrellas y demás cosas cósmicas, 
se posaban tan cerca de nuestros dedos, 
que sin esfuerzo alguno, 
nos montábamos en cualquier parte del espacio sideral.
Tocarlo a él era como tocar una parte del espacio.
Allá a lo lejos estábamos nosotros,
un peso muerto en la gloria de la vida,
un renacer en la cúspide de la nada,
y un nosotros sellado por la magia de la atracción.
Estábamos a mil besos de profundidad,
y con la integridad que nos quedaba, 
jugábamos a vernos la cara con los dos ojos cerrados








Aún no terminan de resonar en mis oídos cómo zumbaban las olas apenas entrada la mañana. El agua parecía violenta, y nos contagiaba la velocidad con la que se movía, nosotros eramos como dos pequeños que estaban a años luz de entender sobre el espacio y el tiempo en ese momento, no hicimos ningún tipo de esfuerzo en querernos ese día, solamente nos movíamos al compás de las olas, del aire casi hecho viento, y con el paso de estos últimos  el vaivén de los besos en cualquier parte, y los movimientos de las manos descontroladas. 

Y ahora, mirando lo que quedó de su antigua habitación pobre pero impoluta, de nuestro mundo distante y desdichado, pensaba que la vida del ser humano luego se resume en una enorme capacidad de honestidad y aceptación: quizás sea lo único que nos quede, pensar que somos lo suficientemente locos para creer que allá, en la gracia del eterno retorno, nosotros volveremos a encontrarnos. Incluso con los mismo errores, incluso con las mismas delicias, e incluso hiriéndonos de la misma forma, porque estamos hechos el uno para el otro, incluso en otros mundos.


-Cuando te miro a ti, el cielo está en llamas, 
ojalá no te conociera tanto, pero no tiene sentido,
 una mirada a ti, y el cielo está en llamas.

lunes, 25 de febrero de 2013

Inalcanzablemente brillante




Acostada sobre la hierba sentía otra vez uno de esos llamados hacia mi ser, sobre el húmedo y verde pasto y con la mente descansada sobre la divina majestad del cielo que no sólo no traía ni una nube sino ni un pesar, a medida que el cielo se limpiaba, se limpiaba y se purificaba mi corazón, amedrentado y sacudido con el pavor del último invierno, tal como la humedad de los azulejos que luego del baño descansan del calor y del encierro.
Se reunían en mis grandes sentimientos, iban y volvían, y me dejaban un estado particular, algo así como feliz, con la calma que sólo la naturaleza sabe entregar y con la mente y el corazón feliz, me puse a recordar aquellos embriagadores y brillantes momentos de mi vida. Recordé a él, sentado a mi lado hablando, me iba fundiendo en todo lo que decía ese personaje, a él permaneciendo al lado mío, y al eco que me producía esa situación, un eco y una resonancia que me remontaba a otro plano, a otro espacio, a ese otro mundo creado por él con todo lo que me decía y que ahora lo estaba compartiendo conmigo.
Yo mareada por él, y él, insistente, ansioso, inquieto, me levantó de ese sillón cómodo y opulento para traerme hacia su cama. Empezamos a besarnos, yo me sonreía por dentro, en silencio y secreto, como siempre. No nos detuvimos ni un segundo, ni siquiera para pensar si estábamos  seguros y dispuestos de llevarlo “hasta el final", de hecho, ni siquiera yo pensé si estaba dispuesta a hacerlo, sé que llegué hasta ese momento con la mente alucinada por la belleza de la cuidad, por el hermoso día que hacía y por el futuro de esas horas junto con él, en ese mundo nuestro que me era cada vez más conforme y aceptable. Apenas podía sucederle con mis movimientos lentos y acompañándole fui siguiendo su ritmo, sus besos y sus rincones, que entre mis sueños y mi lucidez, ya me eran más familiares. Cuando nos dimos cuenta nuestra ropa aparecía desparramada por toda la habitación, y esa habitación húmeda, fresca, y con cortinas casi transparentes que el viento movía perezosamente, nos dejaban ver el alejado día que hacia fuera, mientras nosotros ahí, ocupados y escondidos en un lugar marchito y secreto del mundo.
No hablábamos, porque cuando él hablaba yo no entendía, me desorientaba, su grandiosidad me mareaba, y cuando dejaba de hablar yo escuchaba un tren pequeño y antiguo partiendo viaje, sentía mis entrañas tristes, y era como comenzar a exiliarlo. Cuando su boca comenzaba a moverse nuevamente, salían aquellos ecos en el aire, el volvía su lenta vista hacia mi, y mientras hablaba dejando salir esos círculos me miraba concentrado, seguía hablando, aquél día permanecimos largo rato reposados en penumbras, a la conquista y exploración de algo profundo y espiritual que estaba a punto de ocurrir, mientras nosotros allí, tan quietos y juntos como desesperados, notando como aparecía lentamente una energía líquida entre nosotros que cada vez era más difícil de sostener.

Ahora, la felicidad y la gratitud que sentía hacia la naturaleza, y sus rayos apuntándome directo al alma me producían algo muy parecido a la eternidad, a la fascinación, y a la inmortalidad, sí, se reunían en mi grandes sentimientos, iban y volvían, y me dejaban nuevamente un estado particular, algo así como feliz. Bajo la florecida primavera consideraba lo feliz que realmente había sido en mi vida, y qué grata en realidad era la vida trayendo a golpe de vista esos reflejos, esas ráfagas de felicidad que ya están en el pasado y que parecían reencarnar en el presente, en vivo y en directo. Cuando acababa esa dosis de felicidad que traía del recuerdo, y cuando alguno de los grillos y el movimiento del viento sobre la copa de los árboles me distraían de mi ensoñación, me daba cuenta despiadadamente que en todo este tiempo no había podido sacar ni siquiera un rastro de esencia igual a la suya, y que no concebía modo alguno de compararlo a él, con nada, incluso a la par de seguir viendo y visitando sus sombras y sus parecidos. Sólo evoco que aquél día ya cuando atardecía y no había más nada que hacer sobre la hierba, pensé:

                          -Tu, incluso en el recuerdo, inalcanzablemente brillante!